jueves, 28 de junio de 2012

La jornada de hoy (y de mañana).


Es mediodía y te pienso.
Los hilos de la imaginación se alejan entrelazados con las volutas de humo del incienso que se quema, ambos vinculados a la misma causa, al origen único.

Por la tarde te extraño y te busco.
Desafiando la certeza de no encontrarte, sigo al conejo blanco que no logro alcanzar, que sigue su camino sin mirarme.

Después del atardecer, te ansío.
Cuento los minutos hasta el momento de encontrarte. Divago, me rodeo de hechos intrascendentes y platico y suspiro y me asomo y miro el reloj que lleva meses sin pila, el tic-toc que resuena dentro de mi cabeza; distractores que no consiguen hacer su función. Aviento mi abrigo al suelo mojado y voy hacia ti, olvidando el último cuento leído o la película próxima a estrenarse. Desconozco al resto del mundo, mi  pócima reconfortante, mi deleite en ascenso; me voy alimentando de tu calidez, elixir mismo de la vida, de mi vida.
Durante la noche, eres mío, fuiste mío.

Cuando duermo, te olvido.
Necesito un descanso tras esa llovizna de chispas sensoriales que te acompañan, tras esa magia parecida al logro orgásmico.

Al amanecer, te recuerdo…Ese paladar con un dejo de alusión, clara señal de que me importas.