Siempre se queda un pedacito de nosotros en cada lugar por el que hemos pasado, en cada mesa donde tomamos un café, en cada gato que intentamos acariciar, en las rutas que nos memorizamos para regresar al hotel sin perdernos y que eran parte de un juego de apuestas, en esa manchita de vino derramada en la almohada .
El paisaje, sin saberlo, esta siendo retratado por los ojos vivos, desorbitados y temerosos de no repetir semejante experiencia. Algunos lugares solo se cruzan en nuestro camino una vez. Miramos y miramos hasta que no podemos más, caemos rendidos. Voyeuristas en extremo. Los ojos que no nos alcanzan, nos quedan cortos y rápidamente recurrimos a retacar las maletas de pequeños objetos y fotografías semiartísticas donde sonreímos como bobos. La salvación parcial.
Con la lucidez perversa de la nostalgia caminamos en silencio, un silencio sagrado y sepulcral, cinco minutos por todo lo que dejaremos atrás. Me entristezco por cosas así, trato de aferrarme a aquello que me ha brindado momentos de felicidad. Soy mas tragedia que comedia .
Me tomas de la mano y me miras y entonces se que todo estará bien, que otras aventuras vendrán pero que para ello debemos seguir y no voltear hacia atrás. Tú, siempre tú.
Que el cuerpo se duerme y anda el puro espíritu.
Que desearía estar dormido o cloroformado.
Que se conforma de la materia que están hechos los sueños. Que en un sueño cabe toda una vida.
sábado, 8 de noviembre de 2014
lunes, 6 de octubre de 2014
Tláloc, el alborotado.
Hoy
la ciudad de México estuvo cerca de convertirse en una Venecia latina. Llovió
de manera torrencial, haciendo escupir a las coladeras, haciendo brotar fuentes
de agua sucia que salpicaban el vidrio de los autos, jugando a apagar los
motores de camionetas quienes quedaban atrapadas entre la noche y el agua,
miles de calcetines empapados y negros, perros que al sacudirse salpicaban a su
dueño.
Plazas
usualmente bulliciosas de parejas jóvenes besándose en los rincones, niños
corriendo con globos en la mano y madres histéricas detrás de ellos, ahora
estaban vacías. Podías pararte en medio y apreciar la arquitectura sin nadie
estorbando la visión, respirar el olor a tierra mojada, los colores más
contrastados, el pavimento reflejando los faros de la noche. Coyoacan, la
locación ideal para un film noir.
domingo, 27 de julio de 2014
A freaky man
"¡Qué raro es verte en alguien más!", pensaba yo
mientras daba otro sorbo.
Ver y reconocer en otros tus gestos, expresiones,
gustos. Es como si, al fin, pudieras verte en un espejo de tiempo real, así tal
cual estás expuesto a la sociedad, listo para ser aplaudido o
desechado.
Bastan unos segundos para saberlo así de rápidos son los juicios aquí. Arbitrariedad.
Quisiera levantarme, tocarle el hombro y decirle "Yo te
entiendo, yo lo sé", puedo imaginar su expresión de rechazo. Del mismo
modo reaccionaría yo. Quizá sea bueno no saber que hay alguien semejante a ti,
otro tú.
Perder la individualidad, la singularidad, el ser único e
irrepetible. Esa sobrevaloración del género humano. Todos cortados desde el
mismo molde, únicamente se realizan combinaciones al azar. Misma sonrisa para
el 1, 15,17. Misma ceja y ojos para 3,15,18,19. Combinaciones finitas.
Sí, imagino su reacción. Uno se volvería loco al verse en otro.
No es sano, se pierden los estribos. Siempre se está buscando el complemento y no el igual. Dejémoslo
así. No movamos de más. No alteremos el orden, cualquiera que éste sea.
"¡Disfrute su comida, señor!".
martes, 6 de mayo de 2014
Salix babylonica
Estas noches de desolación, nos arrimamos a la sombra del
viejo árbol. Nuestro amigo nos resguarda pues no queremos que nos descubran los
ojos hinchados junto a la nariz roja.
El rocío nocturno en la superficie de su cuerpo húmedo, al que
ambos nos apegamos, se mezcla con nuestra cara empapada y forman un pesaroso
conjunto que tiene por nombre: la líquida melancolía.
En ese lugar donde reina el silencio y se nos asegura la
privacidad, los sentimientos tienen una doble carga de intensidad ya que no hay
nada que esconder. Si cerramos los ojos, tenemos la certeza de habernos vuelto
una misma alma.
Mantenemos el perfil bajo y la mirada triste dentro de la
búsqueda implacable de un cobijo, de algún consuelo. Pasado un tiempo, re-encuentro
ese peculiar resplandor que desprenden tus ojos y es cuando recordamos que allá,
en un lugar irrisorio, están esos astros que parecen muertos pero que en
realidad están llenos de vida.
Esas estrellas llenas de instantes, antaño presentes, hoy
pasado. Contemplamos el oscuro manto y percibimos que no está del todo
cubierto, aún faltan huecos por llenar con nuevas y jóvenes estrellas, cargadas
de dicha y bienestar, que ya se están aproximando.
Cuando sopla el viento, las hojas más largas y viejas,
cargadas de memorias compartidas, tiernamente, nos hacen cosquillas en la
mejilla e insinuamos una sonrisa. Con la mirada seguimos las ramitas y entrevemos
que sostienen varias hojas nuevas, pequeñas y muy verdes.
El color se puede apreciar a pesar de la ausencia de la luz
como una expresión de la profundidad del afecto. La esperanza de la nueva vida,
de que no todo está perdido, de que habrá un futuro...Sólo basta esperar a que
nazcan nuevas hojas, basta esperar un poco.
(Ambos sabemos que nuestra unión es inquebrantable.)
miércoles, 8 de enero de 2014
Enero.
Agradezco
al invierno.
Aunque
mi nariz sea roja y tenga los lentes empañados por el café caliente. De pronto, debajo del gorro, que mantiene a salvo mi par de orejas, aparece la mirada perdida ahí, en un punto de la pared blanca, mientras el
tocadiscos reproduce esa canción que sé de memoria con pausas y silencios, esa
canción que ha estado sonando un sinnúmero de ocasiones antes.
Esas
letras que engloban un poco de ti y de mi. Esas letras que traen de vuelta las
promesas hechas y el futuro esperanzador, que inyectan el carmesí cuando se
está volviendo gris, que intentan recrear el ritmo interior, que asemejan a la
felicidad. El “nos amamos” en tono musical.
Una
fusión. Aquella cohesión invisible pero sólida, intacta e infinita, semejante a
un extenso cordón de plata que pronto ya no será tan interminable como luce hoy.
Porque el tiempo reduce la distancia. Porque el tiempo ahora es nuestro aliado.
Aquella
unión que nos mantiene enamorados aunque no estés aquí, aunque yo esté aquí y
tú estés allá...transitoriamente.
Todos
sabemos que cuando hace frío, los días son más cortos y aceleran el paso. Por
ello, sí, agradezco al invierno.
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