Un sinnúmero de tardes se van consumiendo mientras esperas
pacientemente a que el reloj de arena deje caer su último grano, a que las
manecillas den una vuelta completa para tener el permiso de mover los pies y
dejar de lado aquel lugar plagado de insectos, suciedad y sudor donde
transcurren tus días .
Los rayos de sol cruzan las nubes y se asemejan a
pares de piernas de todo tipo, bronceadas, sin rasurar, delgadas, fornidas, con
las rodillas arqueadas y desfilan ante tus ojos miel que miran a la
defensiva y el consumen el cigarro por medio de la contemplación.
Ellas caminan y te miran, te encuentran como cualquier perro
encontraría un hueso para roer aún estando enterrado en lo más profundo de la
tierra. Sus pupilas brillan con mayor intensidad, sus senos se hinchan, sus
nalgas se endurecen, despliegan sus alas furiosas, revolotean cerca de tu lado,
lanzan una brisa plagada de feromonas con un olor a perfume barato, te venden
ideas encantadoras de belleza falsa.
El deseo de tenerte entre sus muslos cálidos viene a su
cabeza. Ni hablar de un maquiavélico plan sino como en todos los tianguis, cualquiera te ofrece su carne blanda a bajo
precio, su paso abierto a ese pliegue blando sin ningún compromiso, la oferta
de ocasión, un hechizo barato.
La competencia por los movimientos más sensuales, por la sonrisa
más bella, por la atmósfera más agradable, por la fantasía más exótica, por el
humedecimiento que envolverá de mayor encanto dicha escena. La avidez de un
apetito pasajero que, tras haber sido satisfecho, se convertirá en piel
marchita con aroma a fruta podrida seguido de un cúmulo de moscas. El instante culminado detrás del cual no
hay nada más que ofrecer. La prolongación que se situará en el vacío.
La primera impresión siempre tiene un dejo de atracción, una
punzada llamativa que nos hará girar la cabeza y mirar la mercancía como cualquier objeto nuevo aunque inerte. Sin
embargo, esa hinchazón bajo el pantalón repetida monótonamente y la irrigación
de la corteza cerebral son sólo el reflejo del amor de mala calidad, de la carencia de escencia, de una superficie disfrazada.
Cuando sea la hora indicada y el turno haya terminado, gira
sobre tus talones, despabila la cabeza, emprende tu camino de regreso hacia el
corazón más rojo de la faz, a las promesas reales, a los sacrificios que valen
su peso en oro, a los sentimientos arraigados, donde se ofrecen todos aquellos
atractivos potenciados al cien, el orgasmo auténtico ; regresa por el
camino sin sombras, regresa a la plenitud del alma y del cuerpo, regresa a la
historia que es bonanza y destino.
Y que tanta falta hace en este mundo.