¿Me dices que volvamos a empezar?
Pedirme olvidar estos años de relación, estos cumpleaños
compartidos, los lugares favoritos que hemos visitado, tus dos cucharadas de
azúcar en el café, la música que escuchas y te hace sentir vivo, los amigos en
común, los discos que hemos comprado juntos, las idas al cine tomados de la
mano, tu cuerpo que se me de memoria, tu
encantadora forma de hacer el amor, tu cadencia para besar, las fiestas en las
que no hemos parado de beber y bailar, las travesuras realizadas con tus padres
del otro lado de la puerta, las frases que hicimos nuestras, las llamadas en la
madrugada provocadas por tu insomnio, las pláticas inundadas de sinceridad, la
entrega perpetua, el apoyo incondicional, la consagración, las promesas, los
planes a futuro. El olvido es la perdición.
Pedirme olvidar las constantes discusiones, la poca
tolerancia, las preguntas carentes de interés, los reclamos absurdos, la acumulación del
montón de trastes hediondos, el despertar sin un ‘buenos días’, el desuso del ‘te
amo’, los días que nos ignoramos, las horas que no nos llamamos, las miradas fugaces
sobre cuerpos ajenos al tuyo o al mío, los constantes bostezos en la sala de mi
casa, la desidia de salir a algún lugar nuevo, la inseguridad al conocer nuevas
personas, la autoflagelación, el descuido, el abandono, la indiferencia, la
apatía, los insultos dichos, los llantos que nos hemos causado, las heridas que
no han cicatrizado. El olvido es la salvación.
¡Qué va! ¡Al diablo el pasado! Iniciemos el idilio, retomemos el amorío, emprendamos el
enamoramiento que surge entre dos extraños.
Sin duda, el amor mata o se muere.