jueves, 19 de diciembre de 2013

La fragancia de hoy y de ayer.

Últimamente huele a encerrado, evitando asfixiarse por un resquicio de la ventana rota. La humanidad espera afuera, los autos que aceleran y los transeúntes que se atropellan.

Últimamente huele a encerrado pues la medida del tiempo ha dejado de ser el sol y la luna, ha dejado de ser las horas y los minutos. Aquí, desde este rincón, hemos reinventado el tiempo.

Últimamente huele a encerrado y cuestiono mi ceguera, pues en un principio no me di cuenta. Te tuve y te olvidé. Ahora te encuentro mediante una carta del pasado que se ha tornado amarillenta. Ahora te encuentro tan cercano. Ahora te encuentro. Cuestiono mi ceguera porque ignoró las señales de la intuición.

Últimamente huele a encerrado y a la espera que se mantiene entre la luz tenue de una vela que se consume, sin embargo, no se agota. La espera que observa distante el equilibrio de la balanza, unas veces inclinada hacia la serenidad, otras tantas hacia la impaciencia. En medio, la certidumbre, siempre intacta.

Últimamente huele a encerrado, pues en realidad todo se reduce a lo que mis ojos no pueden ver ni mis manos sentir, todo se reduce a ese instante determinado. Todo se reduce a la añoranza de un momento que, inevitablemente, llegará. El minuto necesario en donde se resuelve la vida, llena de júbilo y triunfo.

Últimamente huele a encerrado, ya que permanecemos aferrados al destino y a la eternidad; al amor  y la terquedad. La resistencia. Sí, a veces, existe la perfección.


Lo más probable es que nosotros estemos vivos y todos los demás muertos.

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