lunes, 7 de agosto de 2017

Anti-ruido

Existe dentro de las ciudades, aquella agotadora búsqueda de la tranquilidad, la anhelación de un lugar donde pareciera no haber acción ni tiempo, donde poder descansar de la atención y tensión, de las responsabilidades y las preocupaciones. Esconderse y huir. Pensar y escuchar-te. Soltar y renacer.

Sin embargo, en la persecución de esa apacibilidad, el ambiente se carga, el sentido del oído se agudiza más, hasta los detalles insignificantes parecieran surgir con estruendo. Las campanas de la iglesia, los perros ladrando, los niños que juegan y lloran, las parejas discutiendo, la madre regañona, la televisión con las noticias de la balacera de hoy, nacos que escuchan música a todo volumen, la campanilla de la basura, la grabación de los tamales, una motocicleta cayendo en un bache, el claxon del histérico, la sirena de la ambulancia a toda velocidad, el vaso que se estrella. 


La calma en los oídos, es un zumbido; en realidad, es la paz. El ruido no es vida. El silencio escasamente hallado, representando una gema valiosísima. Aquel punto de sosiego donde poder disfrutar el verdadero estado de bienestar. Milagro prodigioso y exiguo.

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