viernes, 8 de noviembre de 2019

Microrelato 1


Mientras escuchaba los aplausos que sus hipócritas amigos daban en aquella fiesta privada, de pronto, recordó.

Se vio a sí mismo hace 45 años. Iba en el metro de la línea 2, sentado junto a su madre. Tendría 6 o 7 años. Como de costumbre, su madre iba leyendo. En alguna estación, un hombre subió. Un hombre como ningún otro que hubiera visto. Cabello largo en una coleta, llevaba los lados a rape, dibujos en la piel, ropa sin color y holgada. Comenzó a recitar un fragmento del libro de “Espejos” de Eduardo Galeano que en aquel entonces le era desconocido. Hablaba sobre la magnanimidad de Tenochtitlán, de los adelantos de su tiempo y de las impresiones que causó a los españoles. Javier recuerda ver al hombre recitando fervorosamente con una voz grave y movimientos de mano que acentuaban su relato. Resultaba cautivador.

Fue precisamente en este punto que, sin saberlo, Javier encontró su vocación y decidió hacer de la historia su pasión. Comenzó a interesarse en los libros, primero infantiles y luego con investigaciones más profundas. Ingresó al colegio, realizó estudios de alto grado y terminó escribiendo un libro interesantísimo que era por el motivo de su ovación.

Todo lo anterior lo había llevado a este instante: agradecer a aquel actor, aquella alma auténtica donde fuera que se encontrara y lanzarle una bendición al aire.

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