Una sentencia de prisión es lo que me ha caído sobre la
cabeza.
Jugueteamos con los interruptores, encendido y apagado, poco
importa pues las bombillas están rotas, quizá carece de sentido observar a
detalle la inmundicia.
Sentado en una banca, el frío traspasa mi pantalón. Trato de
frotarme las manos dentro de los bolsillo. Miro alrededor, este lugar la gente
es tan triste que nadie piensa siquiera en el suicidio, almas deambulantes y
adormecidas. Los miro con el mismo aprecio de los ojos que miran la basura,
objetos inertes y malolientes; detrás de sus ojos se percibe el negro vacío de
los cansados de luchar. Sentado ante el tribunal de la ausencia.
La puesta de sol del otro lado de la reja, la luminosidad
comienza su huida empapada de pesadumbre. Restémosle a la agonía un día menos.
Mi suplicante alma pide que el alba venga a curarme y no a
destrozarme.
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