Un
pequeño diente de león sobresalía de aquel paisaje agreste. Ella se acercó,
hundió las rodillas en la tierra sin importar que luego tuviera que tallarlas
con la esponja para poder deshacerse de ese par de tapas cafés. Su mano derecha
se aproximó lentamente a aquella florecita delicada, la recorrió en toda su
altura tocando su suave tallo y las hojas que la rodeaban pero sin atreverse a
hacer contacto directo con la parte superior, sería un sacrilegio, una
destrucción total.
Ella
puso su cuerpo en posición horizontal y recargó la barbilla en su puño, de esta
manera, podía mirar, observar más a detalle. Pasados unos minutos, llenó sus
pulmones de aire y exhaló un soplido suave pero de larga duración, sopló hasta
que el diente de león quedaba al descubierto, desnudo, expuesto, desprovisto de
sus minúsculos adornos acoginados.
Sus
microvellosidades allá iban a la deriva, girando sin saber de arriba o abajo.
Aquel bello cuadro le parecía familiar. En la memoria arrinconada había algo
que se asemejaba. Entonces recordó el más ancestral de los tiempos, la teoría
del comienzo, el inicio del todo. La explosión masiva que separó la materia,
que alteró la homogeneidad y la dividió sin aparente colocación alguna.
Sin
embargo, es cuestión de entrecerrar los ojillos, sin preocuparnos de las
arrugas que se nos formarán. Mirar con la exquisita curiosidad de la novedad.
La
materia propagada, a diestra y siniestra, construía un sistema jerárquico. Rasgos,
similitudes y afinidades fueron unidas en reducidas circunferencias. Separada
cual campos semánticos impartidos a temprana edad, esos grupos de palabras que
formaban alianzas agradables o repugnantes. O como los montones de ropa
hedionda sacada del cesto y separada por colores, no vaya a ser que se nos
arruine el vestido nuevo.
Así
cada planeta fue moldeado por sentimientos y emociones, texturas suaves y
rasposas, tundras y bosques, flores y basureros, el Impresionismo y la
fotografía en blanco y negro, la luz y la noche (los más favorecidos se
quedaron con el atardecer). Antónimos separados en filas. Las balanzas del equilibrio. La esencia.
Los
vapores de los extractos se solidificaron con el paso del tiempo. Ella mira a
lo lejos el humo gris emanado de la fábrica, cree que la Tierra pertenece al
grupo de las malformaciones. Ella comienza a toser y le da impresión que en
este lugar se acumularon los deshechos de todas las filas. Este lugar podrías
llamarse la nada, piensa ella. Lleno de prejuicios y violencia, agresiones
abusos y vacíos de cualquier tipo, las carencias y la saturación de lo
apocalíptico.
Ella
mira desilusionada el tallo solitario y el paisaje industrializado un poco más
allá, las bellas volutas han desaparecido, perdidas en la nada o en el todo. Un
pequeño movimiento detrás del arbusto seco llega hasta sus oídos, ella gira la
cabeza. Un sucio conejo con actitud perdida aparece, la mira un momento y
continúa su camino.
Con
esa curiosidad antes mencionada, ella ágilmente se levanta y lo sigue. El
conejo va a toda velocidad y se detiene bruscamente al borde de la colina. Ahí
se queda, estático, inmóvil, casi sin respirar. Ella se acerca sigilosamente y
mira sin comprender lo que está a punto de suceder. Pasados unos minutos, el
sol comienza su recorrido indicando el término de la jornada: la puesta de sol.
El conejo mira directamente en esa dirección, pareciera sonriente.
Es
entonces cuando ella reacciona, se maravilla con el espectáculo que tiene ante
sus ojos, toda la belleza del momento entra por los poros de su piel. Las
rodillas se doblegan y toma asiento detrás del conejo para apreciar esta
ceremonia de gala.
El
planeta Tierra también estaba conformado por preciosidades que permanecen
ocultas la mayoría de las ocasiones, todo es cuestión de esperar y observar en
el lugar adecuado. Maravillas que van y vienen.
Algunos
de esos vapores debieron solidificarse, ella puede verlo a través de esas nubes
pintadas de tornasol con tonos que ni siquiera Dalí o Monet podrían lograr; una
parvada atraviesa ese gama impresionante. El conejo también mira hacia allí. Una
suave brisa sopla alrededor de su cuello como acariciándola mientras libera sus cabellos castaños. Ella cierra sus ojos unos segundos para incrementar la
sensación. Ella se siente en paz. Pequeñas joyas efímeras. Después de todo aquí
no se estaba tan mal.
El
término de la puesta de sol anuncia el final de aquella caminata en esa tarde
de otoño. El conejo desaparece fugazmente detrás de un árbol. Ella se levanta y se sacude su vestido mientras no entiende el por qué la gente considera al
diente de león una mala hierba.
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