jueves, 12 de febrero de 2015

El diente de león y el conejo sucio

Un pequeño diente de león sobresalía de aquel paisaje agreste. Ella se acercó, hundió las rodillas en la tierra sin importar que luego tuviera que tallarlas con la esponja para poder deshacerse de ese par de tapas cafés. Su mano derecha se aproximó lentamente a aquella florecita delicada, la recorrió en toda su altura tocando su suave tallo y las hojas que la rodeaban pero sin atreverse a hacer contacto directo con la parte superior, sería un sacrilegio, una destrucción total.

Ella puso su cuerpo en posición horizontal y recargó la barbilla en su puño, de esta manera, podía mirar, observar más a detalle. Pasados unos minutos, llenó sus pulmones de aire y exhaló un soplido suave pero de larga duración, sopló hasta que el diente de león quedaba al descubierto, desnudo, expuesto, desprovisto de sus minúsculos adornos acoginados.

Sus microvellosidades allá iban a la deriva, girando sin saber de arriba o abajo. Aquel bello cuadro le parecía familiar. En la memoria arrinconada había algo que se asemejaba. Entonces recordó el más ancestral de los tiempos, la teoría del comienzo, el inicio del todo. La explosión masiva que separó la materia, que alteró la homogeneidad y la dividió sin aparente colocación alguna.

Sin embargo, es cuestión de entrecerrar los ojillos, sin preocuparnos de las arrugas que se nos formarán. Mirar con la exquisita curiosidad de la novedad.

La materia propagada, a diestra y siniestra, construía un sistema jerárquico. Rasgos, similitudes y afinidades fueron unidas en reducidas circunferencias. Separada cual campos semánticos impartidos a temprana edad, esos grupos de palabras que formaban alianzas agradables o repugnantes. O como los montones de ropa hedionda sacada del cesto y separada por colores, no vaya a ser que se nos arruine el vestido nuevo.

Así cada planeta fue moldeado por sentimientos y emociones, texturas suaves y rasposas, tundras y bosques, flores y basureros, el Impresionismo y la fotografía en blanco y negro, la luz y la noche (los más favorecidos se quedaron con el atardecer). Antónimos separados en filas.  Las balanzas del equilibrio. La esencia.

Los vapores de los extractos se solidificaron con el paso del tiempo. Ella mira a lo lejos el humo gris emanado de la fábrica, cree que la Tierra pertenece al grupo de las malformaciones. Ella comienza a toser y le da impresión que en este lugar se acumularon los deshechos de todas las filas. Este lugar podrías llamarse la nada, piensa ella. Lleno de prejuicios y violencia, agresiones abusos y vacíos de cualquier tipo, las carencias y la saturación de lo apocalíptico.

Ella mira desilusionada el tallo solitario y el paisaje industrializado un poco más allá, las bellas volutas han desaparecido, perdidas en la nada o en el todo. Un pequeño movimiento detrás del arbusto seco llega hasta sus oídos, ella gira la cabeza. Un sucio conejo con actitud perdida aparece, la mira un momento y continúa su camino.

Con esa curiosidad antes mencionada, ella ágilmente se levanta y lo sigue. El conejo va a toda velocidad y se detiene bruscamente al borde de la colina. Ahí se queda, estático, inmóvil, casi sin respirar. Ella se acerca sigilosamente y mira sin comprender lo que está a punto de suceder. Pasados unos minutos, el sol comienza su recorrido indicando el término de la jornada: la puesta de sol. El conejo mira directamente en esa dirección, pareciera sonriente.

Es entonces cuando ella reacciona, se maravilla con el espectáculo que tiene ante sus ojos, toda la belleza del momento entra por los poros de su piel. Las rodillas se doblegan y toma asiento detrás del conejo para apreciar esta ceremonia de gala.

El planeta Tierra también estaba conformado por preciosidades que permanecen ocultas la mayoría de las ocasiones, todo es cuestión de esperar y observar en el lugar adecuado. Maravillas que van y vienen.

Algunos de esos vapores debieron solidificarse, ella puede verlo a través de esas nubes pintadas de tornasol con tonos que ni siquiera Dalí o Monet podrían lograr; una parvada atraviesa ese gama impresionante. El conejo también mira hacia allí. Una suave brisa sopla alrededor de su cuello como acariciándola mientras libera sus cabellos castaños. Ella cierra sus ojos unos segundos para incrementar la sensación. Ella se siente en paz. Pequeñas joyas efímeras. Después de todo aquí no se estaba tan mal.


El término de la puesta de sol anuncia el final de aquella caminata en esa tarde de otoño. El conejo desaparece fugazmente detrás de un árbol. Ella se levanta y se sacude su vestido mientras no entiende el por qué la gente considera al diente de león una mala hierba.

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