Que el cuerpo se duerme y anda el puro espíritu.
Que desearía estar dormido o cloroformado.
Que se conforma de la materia que están hechos los sueños. Que en un sueño cabe toda una vida.
sábado, 10 de diciembre de 2016
Rosas secas
Esta noche se trata de acarrear las caras agrias, las sábanas frías, el levantamiento de muros y los pañuelos acumulados.
De llenar el aire con suspiros, rezos y corrosión.
De tener los brazos sueltos, de ignorar los labios que te reclaman, el corazón que palpita.
Se trata de negarnos el amor que une cuerpos y hace funcionar estrellas.
Se trata de transfigurar constelaciones y secar rosas.
El peligroso juego de faltarnos, esperarnos y morirnos. De desperdiciar el tiempo haciendo nada cuando podemos hacer todo.
Aun no es tarde.
Pausa
Trato de decir a oscuras esto. Trato de decir tu nombre en la penumbra. La noche que siempre ha resultado ser nuestra cómplice.
Los sospechosos horarios de nuestros encuentros. Las noches de embriaguez que nos enmarcan. Las circunstancias informales y espontáneas. Nosotros, nuestro juego fuera de lo cotidiano, libre de rutinas, ajenos a compromisos, ausente de exigencias.
La alegría del casual reencuentro. El mirarte es echar a volar la imaginación, amo tus ojos. El aura enigmática que siempre te ha rodeado. La felicidad de compartir una canción, las secuencia de una película, una cerveza. Amo tu risa. El gozo de los besos con sabor a vicios. El desenfreno en el sexo pues el futuro siempre ha sido incierto. La inmovilidad después de haber culminado. Nuestros demonios están en paz. La separación sin especulaciones de un próximo encuentro. Amamos lo elemental. Amamos la magia.
Es raro y simple. Una peculiar visión de una relación. Historias dionisíacas, acercamientos bukowskianos, el sentimiento idílico. El jardín de sueños. El jardín de las delicias. El jardín de los secretos.
Ningún día hemos despertado en los brazos de otro. Ningún día te he preparado café por la mañana. Nuestros besos resultan desconocidos para la luz del día. Y, sin embargo, te reconozco en mis labios y en mi piel; en los lugares donde estuviste, en la memoria que alberga todos los detalles. Ni tu rostro ni el sentimiento se han deslavado por el tiempo. Te recuerdo y te pienso.
Quizás me ves, tal vez, en un rincón del cuarto donde duermes. Quizás me reconoces como una hora antigua cuando a solas te interrogas. Quizás algún día añores mi compañía y mi desnudez.
Trato de decir a oscuras esto, en silencio. El silencio despierta los sueños. Somos sobrevivientes del día de ayer. El eco de un suspiro, la memoria de una ausencia. Repito tu nombre, estoy segura que llegará el amanecer.
lunes, 29 de agosto de 2016
Julia
Pienso en ti a la una de la tarde. La hora acordada para que
la carroza te lleve al lugar de los muertos.
No quise verte. La noche anterior acompañé a los tuyos en su
pena, compartimos el dolor, la pesadumbre, las miradas tristes y los silencios
pero no quise verte.
Me acordaré de ti siempre con esa bonita sonrisa sin dientes
y esos ojos que poco veían entre esas nebulosas oculares, ese mar de cataratas.
Me acordaré de ti con ese chal roído que me compartías de
niña y la noche era lluviosa y fría; con esa tortilla de huevo que me
preparabas por las mañanas antes de ir al colegio; porque siempre decías que el
desayuno era lo más importante.
Julia, una mujer de campo, recia y trabajadora, que nunca se
adaptó del todo a esta ciudad. Una mujer fértil que cargó 11 hijos en su
vientre y que aun así decidió adoptarme y llamarme 'mi niña'.
Julia, te velamos con café y pan dulce, tus alimentos
preferidos; entre el aire frío, ahí, de pie, tiritando, te recordamos todos los
que te teníamos cariño sincero. Todos los que admirábamos tu bondad, corazón
gigante y tus manos vacías de lo que este mundo llama riquezas. Tu opulencia
discernía de ello. Siempre con la preocupación de no desamparar a tus nietos y
a Ana, tu hija. Ellos están bien, yo estoy bien. Ten paz.
Julia, se que escuchabas todas las anécdotas recapituladas desde ese ataúd cerca de la ventana, rodeada de flores blancas y sirios encendidos.
Pobre viejecita que has dejado este planeta sin haber descifrado
el misterio de las letras, sin haber entendido la aritmética, sin saber nada
más que tu propia historia, siempre caminando con tus pies chuecos.
Julia, eras instinto y no ciencia, eras creencias y no
estudios. Julia eras más humana, más verdadera de lo que muchos son.
Pobre viejecita que te has ido tras 95 otoños; ahora te
esparcen en forma de polvo, ahora regresas a la tierra oscura de la que tanto
hablabas.
Julia, allá donde estés seguro sonríes y caminas con los pies
descalzos sobre la cálida arena mientras ves nítidamente un hermoso atardecer en el mar.
Ese mar a donde siempre quisiste ir. Ese mar que te espera en la otra orilla.
Louisiana y su 89% de humedad
Podrán pasar mil años sin que me sea posible olvidarte. Los
ojos que te han visto, los ojos que te evocan. Tu humedad extrema que se colaba
hasta lo más recóndito. Tu peculiar olor a cannabis que se manifestaba como una
nube omnipresente, fragancia universal.
Los escaparates mostrando desde antigüedades valiosísimas
hasta obras de artistas callejeros. Tus iglesias abarrotadas de gargantas
entonando cantos góspel al lado de un local de santería, vudú e incienso. Los
clubes de striptease invitándote a entrar y un pastor predicando fervorosamente
el catolicismo. La bandera gringa y el estandarte de los piratas.
La modernidad retratada en edificios altísimos junto a
pequeñas casitas estilo francés, su pórtico amueblado con una mesa de madera
desgastada, todo esto enmarcado por un colorido pasto perfectamente cortado. Los
vagabundos durmiendo en la banqueta fuera de un elegante restaurante. Las
pizzas por rebanada y el po-boy. Las ostras y el gumbo.
El Misisipí balanceando el viejo barco y los mendigos
preguntándote por algo de droga o alimento. Los perros sedientos y los caimanes
en su hábitat natural.
La gentileza local proveniente de desconocidos con buenos
días en la boca y la pronunciación estropeada que nos transforma a todos en una
torre de babel.
Las pieles sudorosas moviéndose al ritmo de una orquesta
callejera de buen jazz o de negros bailando a ritmo libre con latas bajo la
suela de sus zapatos.
Los cuerpos sudorosos con poca ropa y las personas con
disfraces del Mardi Gras. Parejas de viejos tomados de la mano caminando junto
las chicas que enseñan los senos a desconocidos, por diversión. Las calles
iluminadas de luces neón y las velas de las ceremonias iluminando la carta 12
del tarot. El rock y el jazz. Absenta y cerveza.
La fiesta constante. La invitación a la felicidad. La
incitación sexual. El surrealismo. La locura. La música.
La escencia : la mezcolanza. Filosofías conjuntas, amalgama
de ideales, revoltura de tendencias, reunión de ideologías, credos mixtos.
Nueva Orleans ecléctico, Nueva Orleans anacrónico, Nueva
Orleans espléndido.
Encender una vela y reproducir un disco de Dr. John para
recapitular aquel lugar de ensueño.
miércoles, 1 de junio de 2016
Las alas del deseo
Un sinnúmero de tardes se van consumiendo mientras esperas
pacientemente a que el reloj de arena deje caer su último grano, a que las
manecillas den una vuelta completa para tener el permiso de mover los pies y
dejar de lado aquel lugar plagado de insectos, suciedad y sudor donde
transcurren tus días .
Los rayos de sol cruzan las nubes y se asemejan a
pares de piernas de todo tipo, bronceadas, sin rasurar, delgadas, fornidas, con
las rodillas arqueadas y desfilan ante tus ojos miel que miran a la
defensiva y el consumen el cigarro por medio de la contemplación.
Ellas caminan y te miran, te encuentran como cualquier perro
encontraría un hueso para roer aún estando enterrado en lo más profundo de la
tierra. Sus pupilas brillan con mayor intensidad, sus senos se hinchan, sus
nalgas se endurecen, despliegan sus alas furiosas, revolotean cerca de tu lado,
lanzan una brisa plagada de feromonas con un olor a perfume barato, te venden
ideas encantadoras de belleza falsa.
El deseo de tenerte entre sus muslos cálidos viene a su
cabeza. Ni hablar de un maquiavélico plan sino como en todos los tianguis, cualquiera te ofrece su carne blanda a bajo
precio, su paso abierto a ese pliegue blando sin ningún compromiso, la oferta
de ocasión, un hechizo barato.
La competencia por los movimientos más sensuales, por la sonrisa
más bella, por la atmósfera más agradable, por la fantasía más exótica, por el
humedecimiento que envolverá de mayor encanto dicha escena. La avidez de un
apetito pasajero que, tras haber sido satisfecho, se convertirá en piel
marchita con aroma a fruta podrida seguido de un cúmulo de moscas. El instante culminado detrás del cual no
hay nada más que ofrecer. La prolongación que se situará en el vacío.
La primera impresión siempre tiene un dejo de atracción, una
punzada llamativa que nos hará girar la cabeza y mirar la mercancía como cualquier objeto nuevo aunque inerte. Sin
embargo, esa hinchazón bajo el pantalón repetida monótonamente y la irrigación
de la corteza cerebral son sólo el reflejo del amor de mala calidad, de la carencia de escencia, de una superficie disfrazada.
Cuando sea la hora indicada y el turno haya terminado, gira
sobre tus talones, despabila la cabeza, emprende tu camino de regreso hacia el
corazón más rojo de la faz, a las promesas reales, a los sacrificios que valen
su peso en oro, a los sentimientos arraigados, donde se ofrecen todos aquellos
atractivos potenciados al cien, el orgasmo auténtico ; regresa por el
camino sin sombras, regresa a la plenitud del alma y del cuerpo, regresa a la
historia que es bonanza y destino.
Y que tanta falta hace en este mundo.
jueves, 26 de mayo de 2016
Formas y maneras
No quisiera que creyeras que ya no te pienso porque no te
escribo con tinta y palabras.
Ahora te escribo de diferentes maneras, con cada mirada que
te lanzo al estar sentado frente a mi en el sofá, cada ocasión en que dividimos
el agua bajo la regaderas, con cada silencio al que damos paso a nuestros
pensamientos, con cada recuerdo que revivimos, cada noche cuando poso mi oído
sobre tu pecho y escucho tu corazón latir.
Te escribo con cada beso en la espalda, cada vez que damos
inicio al jugueteo, con cada gota de sudor en nuestras pieles, cada vez que te
cuelas entre mis muslos y nuestras piernas se entrelazan como serpientes, cada
vez que peleamos en nuestra eterna y dulce lucha.
Te escribo mientras cerramos los ojos y creamos fantasías y
afuera los vagabundos buscan refugios, los delincuentes asaltan, los jóvenes se
emborrachan, los prostitutas esperan y los gatos cazan.
Te escribo con cada beso depositado en tu frente por la
mañana cuando aún duermes, cuando el sol brillan los primeros rayos, con cada
calle que camino contigo en mente, reavivando la noche anterior, con cada
camión que me lleva lejos de ti cuando en realidad, sólo quisiera quedarme a tu
lado.
viernes, 11 de marzo de 2016
Deambulando en el mundo de los muertos
El
viento y las ventanas librando una batalla a muerte, por el crujido, puedo
deducir que el viento va ganando. Aquí dentro nos acomodamos bajo las cobijas,
cada uno de nuestro correspondiente y frío lado del colchón. Creando divisiones
en lugar de uniones.
La
ausencia de palabras que remarca la pesadez, la frialdad, la oscuridad, la
densidad de esta noche. El reloj verde que cuelga de la pared cuenta
exactamente cada segundo al que hemos dado paso, cada segundo que hemos dejado
invadirnos para acrecentar la distancia. El hielo va endureciéndose sin ningún rastro
del rayo del sol.
La
iluminación verdosa colorea la piel de nuestro rostro y brazos asemejándolos a
la cera, oscureciendo el rojo vivo del corazón, aminorando la velocidad de los
latidos.
El
anhelo de romper la mala brecha mediante un beso parece ser el acto
reconciliatorio predilecto por los filmes y, al mismo tiempo, el más ficticio.
Un
estado mayormente vegetativo. Las notas de amor ignoradas en un rincón. La
calidez evaporada. Las caricias ausentes. Los besos nulos. Las sonrisas
olvidadas. Los sexos sueltos y secos. Los ojos opacos refugiados detrás de las
lentillas. La alegría eclipsada. Las almas distanciándose. El lazo rojo de los
meñiques tenso. Deplorable.
El
conjunto desolador de la indiferencia, el alejamiento, la incertidumbre y la tristeza. Cuatro
jinetes del apocalípsis. La atmósfera amarga que se respira, me empuja a saltar
de la cama, a abrir la puerta del balcón y brincar bajo el suelo mojado; un
escalofrío como señal del comienzo de la purificación bajo la lluvia. La
limpieza de toda la mierda que llevamos cargando.
Los
destellos que la luna crea en cada gota, esos reflejos que hacen creer en la
esperanza durante esta larga noche en que la chingada nos está llevando.
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